Aún
recuerdo como cuando era niño, cada día tras volver del colegio, lo primero que
hacia era coger mi pequeña bici y pedalear a toda prisa en dirección a la sala
de cine del barrio. Durante el trayecto imaginaba emocionado cual podría ser el
próximo estreno, que película nueva me aguardaba para ser vista. Llegaba jadeante
a aquel amplio ventanal que se abría junto a la entrada de la sala, que los
empleados del cine usaban a modo de escaparate y donde se mostraban en unos
expositores de madera, las carteleras de las películas del día y las que se
esperaban para los próximos, además de algunas colecciones de fotografías donde
se podían apreciar diferentes escenas de las mismas. Allí me quedaba durante
largos minutos escudriñando cada milímetro de aquellas fotografías, con la
intención de adivinar que pasaba en la escena representada, que hablaban los
personajes, que ocurría justo antes y después de esa instantánea.
De
vuelta en casa recuerdo la sensación de lo lentas que transcurrían las horas de
espera para que las puertas de la sala se abrieran. Cuando por fin llegaba el
ansiado momento, salía en dirección al cine a la carrera y acudía lleno de
impaciencia a aquella pequeña ventanilla de la taquilla mucho antes de que esta
abriera. Delante de aquella puertecita cerrada aguardaba pacientemente hasta
que la emoción volvía a dispararse al ver el movimiento de los empleados que se
preparaban en la entrada. Por fin la ventanita se abría y la taquillera me daba
el ansiado ticket a cambio de unas monedas. Ya solo quedaba un último trámite,
le entregaba el pequeño ticket de papel amarillento al empleado que lo cortaba por la mitad, permitiéndome con esta acción acceder
al interior de un mundo nuevo y emocionante. Apartaba las gruesas y pesadas
cortinas que cubrían la entrada a la inmensa sala y me dirigía a mi butaca
preferida, mientras miraba de reojo hacia las pequeñas ventanas de la cabina de
proyección donde el operador se afanaba para poder dar de nuevo, un día más,
inicio a la magia. Me hundía en el confortable asiento y aguardaba anhelante. Cuando
la luz se apagaba, en la oscuridad de la sala, empezaba a escucharse el
hipnótico ronroneo de los metros de película pasando por el proyector y un
cañón de luz empezaba a iluminar la pantalla, un hormigueo recorría la
totalidad de mi cuerpo de pies a cabeza erizándome la piel y todo lo que me
rodea desaparecía para trasladarme al otro lado de la tela junto a todos aquellos rostros con los que vivía mil y
una aventuras.
Mi
joven imaginación volaba libremente acompañando a los héroes en sus heroicas
aventuras trufadas de peligros. Sufriendo con los reveses y dificultades de los
protagonistas. Asustándome de espíritus, asesinos, muertos u otros entes
obsesionados con hacer el mal. Riéndome con los chistes y situaciones cómicas
de simpáticos personajes. Llorado con las tragedias y las duras emociones a las
que tenían que hacer frente aquellos a los que apreciaba. Incluso enamorándome
de mas de una atractiva protagonista. He viajado en el tiempo y en el espacio,
visitando miles de lugares en este y otros planetas, he conocido a miles de
personas y otros seres extraños. Los he acompañado a todos compartiendo con
ellos sus aventuras y sus emociones.
Pero
por desgracia, todas esas agradables emociones resultaban para mi muy efímeras.
Lo peor llegaba cuando se encendían la luces de la sala sacándome de la
placentera fantasía y haciéndome volver a la realidad de cada día. Sin embargo
había una parte enormemente positiva, ya que podía repetir la experiencia
cuando quisiera y tantas veces como quisiera. Es en este punto cuando el cine
pasa a convertirse para mi en una especie de adicción, conduciéndome a devorar
películas sin parar. Son miles y miles las que pasan a través de mi retina
grabándose en mi cerebro durante todos estos años. Desde el cine mudo hasta las
últimas novedades, pasando por todos los géneros, todas las nacionalidades, todas las épocas.
Mi interés no quedó solo en el visionado, quería saber más,
mucho más, quería conocer todos los secretos, las técnicas, quería aprender
todo lo posible de lo que pasaba tanto en la pantalla como detrás de la cámara,
por lo que leía todo lo que estaba a mi alcance sobre este apasionante mundo,
sobre este arte.
40 años después de que mis padres me llevaran por primera
vez a una sala de cine y me inocularon la adicción más placentera, la pasión
por seguir viajando a través de la pantalla a vivir nuevas aventuras y
emociones no se ha apagado.
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