Si
en la anterior entrada hablaba de mi película favorita y a la postre una de las
mejores de todos los tiempos “The General”, en esta ocasión hablaré sobre la
que es a mi juicio la mejor película de la historia del cine español y que
también tiene un lugar privilegiado entre las mejores de la historia del cine.
Azcona
que reconocía que escribía guiones por que le resultaba mas fácil que escribir
novelas (algo a lo que nuestro cine debe estar eternamente agradecido), junto a
Berlanga, supieron aportar con absoluta maestría un nuevo e inteligente estilo a nuestro cine
al mismo tiempo que entregaban al gran público una película divertida y
entretenida, repleta de ironía y sarcasmo.
La
pareja de geniales creadores venían de cosechar un espectacular éxito con su
anterior trabajo, otra obra maestra del dúo titulada “Plácido” que incluso fue
nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa en el 1961.
En
1963 entre ambos confeccionan un guion brillante que el propio Berlanga se
encargaría de plasmar en imágenes.
La
película calificada como comedia negra (negrísima), tan arraigada en la
sociedad española. Un muy complicado equilibrio entre lo reprobable, burdo e
incluso cruel y la capacidad de convertir en risas los temas más
controvertidos, trágicos y tabú de la sociedad. Un equilibrio en el que el
tándem Berlanga-Azcona se desenvolvían con maestría como pez en el agua.
Recordemos
que estamos en pleno franquismo, la censura hace estragos, la libertad de expresión
es duramente reprimida y la pena de muerte está plenamente vigente. Un momento
muy gris para una comedia negra que además criticaría con dureza los problemas
sociales del momento.
Sin
embargo, los dos geniales autores se las apañan para burlar a la censura de
forma magistral (evidenciando una aplastante superioridad intelectual sobre el
aparato del régimen dictatorial), deslizando en sus directos diálogos una doble,
profunda e inteligente interpretación y mensaje. De forma brillante los autores
convierten una sencilla comedia en una dura crítica ante la realidad política y
social de la época, como la excesiva burocratización del estado, la cada vez
más abismal diferencia de clases o la emigración que huye de la miseria y la
falta de oportunidad entre otras (algo que nos resulta muy actual a día de hoy),
a la vez que nos ofrece un severo y magistral alegato contra la pena de muerte.
El
reparto no puede estar más a la altura del magnífico guion. El gran Pepe Isbert
hace un trabajo soberbio aportando con su carácter y su voz peculiar una gran
calidad artística a un personaje que se gana la vida y la de su familia ejecutando
a personas en nombre del régimen, algo que logra transmitirnos con absoluta
normalidad, como si de cualquier otro oficio estuviésemos hablando. Pero no se
queda atrás su compañero de reparto Nino Manfredi con el que mantendrá
destacados duelos interpretativos. Manfredi está espectacular en su personaje
de hombre enamorado, vulnerable y lleno de humanidad que es envuelto y
arrastrado inexorablemente por una situación que no le convence. Completan el
reparto otros eminentes interpretes como Emma Penella, José Luis López Vázquez, Antonio Ferrandis,
Maria Luisa Ponte,Alfredo Landa, Lola Gaos o Chus Lampreave.
Los
personajes de Isbert (Amadeo) y Manfredi (José Luis) se conocen al inicio de la
historia, cuando casualmente coinciden en la Audiencia de Madrid. Amadeo
desempeña su labor como verdugo y acaba de ajusticiar a un reo al que José Luis
viene a recoger, ya que trabaja com o empleado de pompas fúnebres.
José Luís no
está contento con su trabajo, al trato con cadáveres se suma el rechazo que
sufre por las mujeres al conocer su empleo, de manera que planea irse a
Alemania para trabajar como mecánico. Sin embargo sus planes se tuercen
drásticamente cuando Carmen, la hija de Amadeo se cruza en su camino.
Carmen
tampoco tiene mucha suerte con los hombres, debido especialmente a que sus
pretendientes se espantan al conocer la profesión del padre. Esta común circunstancia
termina uniendo a la pareja hasta el punto de quedar embarazada.
Evidentemente
ya no tienen otra salida que casarse, pero las deficiencias económicas son
grandes. A este problema se suma el hecho de que Amadeo se encuentra en una
edad muy próxima a su jubilación y cuando ese momento llegue perderá un piso
que el instituto de la vivienda va a concederle por su condición de
funcionario.
Ante tales
circunstancias Amadeo y familia maquinan un plan que arrastra al pobre José
Luis. El plan consiste a que el yerno acepte el puesto de Verdugo sustituyendo
a su suegro, para conservar la vivienda y los ingresos. José Luis sucumbe a la
presión y termina aceptando, aunque sin convencimiento alguno, tras asegurarle
su suegro que nunca tendría que hacer ejercicio de su profesión.
Sin embargo la
descartada situación si se produce y lo reclaman para ejecutar a un prisionero.
José Luis, desesperado, intentara reusar y abandonar el trabajo, pero se topa
de nuevo con los argumentos de la
manipuladora familia que insisten en que no tendrá que ejecutar a nadie,
ya que el preso en cuestión se encuentra gravemente enfermo y moriría sin ayuda
antes de ejecutarse la sentencia.
Sin embargo,
llegado el día de la ejecución el preso continua vivo y esto provoca una de las
escenas más brillantes de la historia del cine, cuando el abatido verdugo José
Luis le flaquean las piernas y es llevado a rastras contra su voluntad, a
cumplir con su trabajo tras el garrote vil, como si él mismo fuese el condenado
a muerte.
La
cinta es de visionado obligatorio para cualquier amante del cine, es una obra
maestra del séptimo arte, empezando por el inteligente guión, la gran dirección
y la inconmensurable interpretación de la pareja suegro-yerno protagonista. Una
película que a parte de darnos 87 minutos de deleite cinematográfico, nos ofrece
largos e interesantes momentos de debate tras su visionado.
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